Cuatro lentes y un mismo propósito: visibilizar el trabajo invisible de las personas cuidadoras.
Tras quince años de intensa labor centrada principalmente en las personas con discapacidad intelectual, daño cerebral adquirido (DCA), parálisis cerebral y Alzheimer, Fundación Gmp traslada el foco hacia las personas cuidadoras. De esta manera, Fundación Gmp, en su 15º aniversario, honra y pone en valor el sacrificio y la dedicación de las personas que dedican su vida a cuidar de otras personas en nuestra sociedad.
Un total de 84.759 personas son cuidadores no profesionales en España de los cuales el 87,7% de personas cuidadoras son mujeres. El 12,3% son hombres según los últimos datos del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO) del 2024
De ahí el nombre en femenino de esta exposición, “Cuidadoras” para representar fielmente la realidad de este colectivo.
Esta exposición explora el papel fundamental de las personas cuidadoras, en concreto, en el ámbito de la discapacidad intelectual, parálisis cerebral, daño cerebral adquirido y Alzheimer. Un apoyo encomiable y, en muchas ocasiones, poco valorado, pero imprescindible para la salud y el bienestar de miles de personas dependientes de nuestro país.
Cuatro lentes, cuatro miradas, un mismo propósito: visibilizar el trabajo invisible de las personas cuidadoras. Cada fotógrafo, con su estilo único, ha capturado la autenticidad y dedicación de cada una de ellas. Cuco Cuervo, Jorge Alvariño y Oliver Vegas capturan la intimidad de su labor en su entorno cotidiano, revelando la conexión especial que se establece entre la cuidadora y la persona a su cargo. Mario Sierra, por su parte, nos transporta a un universo de glamour y empoderamiento, revelando la belleza interior que habita en cada una de ellas.
Para garantizar la autenticidad y espontaneidad de cada retrato, los fotógrafos llegaron a cada sesión sin conocer previamente la historia de vida de las personas cuidadoras. Con una mirada limpia y abierta, sin preconcepciones. Esta decisión consciente ha permitido que los artistas se dejaran sorprender por cada encuentro, inspirándose en la singularidad y belleza de cada individuo, y capturando así la esencia más genuina de su personalidad.
A través de todas las imágenes, la humanidad que impulsa esta labor cobra vida, invitándonos a celebrar la diversidad y la fortaleza de estas personas cuidadoras, cambiando la mirada sobre el cuidado.
Esta iniciativa no hubiera sido posible sin la gran colaboración de MIARCO, así como de ADIF.
Además, el importante apoyo de Confederación Autismo España, Confederación ASPACE, Confederación Española de Alzheimer (CEAFA), Daño Cerebral Estatal y Plena Inclusión Madrid, así como de Daño Cerebral Valencia y AFA Torrevieja.
Con casi 20 años de trayectoria, Cuco Cuervo ha consolidado una carrera marcada por la autenticidad y el compromiso con su visión artística. Desde sus inicios, ha sabido captar la esencia de cada sujeto y situación, convirtiendo la fotografía en una forma de contar historias. Su estilo se caracteriza por una sensibilidad hacia
los detalles más sutiles, logrando siempre que el espectador se detenga a observar lo que normalmente pasaría desapercibido.
A lo largo de su carrera, Cuco ha explorado diversos géneros fotográficos, desde la moda, fotografía publicitaria, hasta proyectos sociales que buscan visibilizar realidades humanas profundas. Entre sus trabajos más destacados se encuentran exposiciones como #xtumirada y Dos Caras, en las que sus imágenes no solo retratan rostros, sino historias de vida que tocan el corazón de quien las mira. Su capacidad para conectar con sus modelos, generando un ambiente de confianza y cercanía, ha sido clave para que su obra emocione y deje una huella en cada exposición.
Con un enfoque natural y directo, Cuco sigue explorando nuevos caminos, manteniéndose fiel a su pasión por contar historias a través de la fotografía.
Las manos de José Gabriel, entrelazadas con las de su madre, Chelo, forman un lazo indestructible. Aunque los años han dejado huella en su rostro, sus ojos brillan con un amor que trasciende el tiempo. Desde 2003, José Gabriel ha dedicado su vida a cuidar de sus padres, enfermos de Alzheimer. A pesar de la enorme carga
emocional, él sigue ofreciendo a su madre momentos de alegría y bienestar, acompañándola con ternura en este viaje.
En cada paseo, en cada canción, en cada abrazo, José Gabriel encuentra la oportunidad de crear nuevos recuerdos y fortalecer el vínculo que los une.
Aunque su madre no lo recuerde, cada instante compartido es un regalo precioso para él.
De las olas del mar a la calma del hogar, Fernando, quien dedicó su vida a la pesca, se vio obligado a cambiar el timón de su barco para dedicarse al cuidado de su esposa, Charo. Las enfermedades los han unido en este viaje inesperado, donde el amor y la resiliencia son sus mejores compañeros. “Cada día es una batalla por la dignidad y la calidad de vida de mi esposa”, afirma Fernando. Su amor es un ancla que los mantiene unidos, incluso en las tormentas más fuertes, recordándoles que siempre estarán juntos, pase lo que pase.
Eloísa, madre de Lucas, lleva 15 años dedicando cada día, cada hora, al cuidado integral de su hijo, quien tiene discapacidad intelectual. Desde que Lucas nació, con crisis epilépticas y deterioro cerebral, Eloísa ha sido su pilar, brindándole apoyo
físico y emocional sin descanso.
“No puede comer solo, ni beber, ni andar, y no habla… Es absolutamente dependiente”, explica Eloísa. Sin embargo, gracias a su amor incondicional, Lucas ha logrado tener una vida llena de cariño y calidad.
A pesar de las dificultades y del desgaste físico, Eloísa se mantiene fuerte y positiva.
“La parte más dura ya la hemos pasado”, afirma, enfocándose ahora en disfrutar cada momento con su hijo y brindarle la mejor atención posible. “Ojalá Lucas y yo podamos compartir toda nuestra vida juntos”, desea Eloísa, ejemplo de dedicación
y de un amor maternal que inspira a todos.
Con 59 años, Margarita lleva tres cuidando de su madre, Luisa, una mujer de 89 años que tiene demencia. La vida que una vez conocieron se ha transformado en un laberinto de olvidos, miedos y confusiones. Sin embargo, entre la alegría de los pequeños logros y la tristeza por los recuerdos perdidos, Margarita sigue
cuidando con amor a quien siempre la cuidó.
“Aunque mi madre no siempre me reconozca, cada día es una oportunidad para crear nuevos recuerdos juntas y luchar contra el olvido”, afirma Margarita. A pesar de la carga emocional y física, su amor por su madre es inquebrantable, y “cada sonrisa suya es un bálsamo para mi alma”.
Tras 30 años de felicidad, en 2011, el Alzheimer irrumpió en la vida de Mario y Flora. Desde entonces, Mario se ha convertido en el refugio y sostén de su esposa en este nuevo viaje. A pesar de todo, el vínculo entre ellos sigue siendo tan fuerte como antes, una conexión que trasciende el tiempo. Es un amor que desafía al olvido, donde la sonrisa de Flora es la mayor recompensa para Mario.
En cada mirada, en cada caricia, Mario encuentra pedacitos de aquella felicidad que compartieron. Con paciencia y cariño, ha construido un nuevo mundo para ambos, donde la ternura es lo único que necesitan.
Lola nunca olvidará aquel 24 de diciembre. La Navidad se tiñó de incertidumbre cuando le confirmaron que su pequeña Lorena, de tan solo 7 meses, tenía el Síndrome de Angelman, un diagnóstico casi desconocido en aquel entonces. A pesar del impacto, Lola no se rindió. Dejó su trabajo para dedicarse por completo al cuidado de su hija, una niña cuya sonrisa angelical ilumina cada rincón de su hogar.
Hoy, con 26 años, Lorena con su mirada inocente y su alegría contagiosa, sigue siendo, como dice su madre, “un eterno bebé”. Juntas han recorrido un largo camino lleno de altibajos, pero el amor ha sido más fuerte que cualquier obstáculo.
Aitor, un actor consagrado, ha interpretado muchos papeles a lo largo de su carrera, pero ninguno tan importante como el de cuidador. Con un cariñoso “ama” pronunciado con su inconfundible acento venezolano, Aitor refleja la rica diversidad
cultural de su familia.
Desde hace 4 años, Aitor cuida a su madre, Flora, con dedicación y empatía, demostrando que el verdadero arte está en cuidar de los demás. A través de su entrega, ha forjado un lazo irrompible con su madre, quien encuentra en él no solo cuidados, sino también un profundo amor filial.
La vida de María ha sido una montaña rusa de emociones: del dolor de ver a su hijo sufrir tras un inesperado accidente, a la alegría de verlo triunfar en los Juegos Paralímpicos. Y, en estos últimos dos años, cuidando también a su suegra.
María encuentra paz en medio de la tormenta a través del arte y la escritura, sus refugios que le permiten seguir adelante con esperanza. Los escritos que llenaron su diario mientras su hijo se recuperaba fueron un viaje hacia su interior, revelándole una fuerza que desconocía. Con cada pincelada en sus cuadros, María transforma el sufrimiento en fortaleza, tejiendo un tapiz de esperanza.
“Por la noche, mi nieta se levanta hasta mi cama para preguntarme si la quiero”, relata Juana, quien se convirtió en la figura materna de Clara desde que tenía solo 12 días de vida. La hija de Juana, con apenas 18 años, no pudo hacerse cargo de la
pequeña, y Juana asumió su cuidado.
Cuando Clara cumplió 5 años, regresó con su madre, pero la situación no era la más idonea. A los 19, volvió a buscar refugio en los brazos de su abuela, huyendo de un ambiente familiar conflictivo. “De no ser por mi abuela, no sé qué hubiera sido de mí. Ella es como mi madre”, dice Clara con cariño, a lo que Juana, emocionada, responde: “No sé qué será de ti cuando yo no esté. Vivo preocupada”.
Complicidad, amor y tesón. Juana ha cedido a su nieta la habitación más grande de la casa, sin importarle nada más que su felicidad. “Jo, abuela, la de veces que te lo he hecho pasar mal”, y Juana se vuelve a emocionar.
Rosario, quien alguna vez fue dueña de un restaurante lleno de vida y sabor,
renunció a su trabajo para convertirse en la cuidadora de su marido. Su delantal,
antes manchado de salsa y harina, ahora lleva las huellas de los cuidados diarios.
Recuerda con nostalgia los días en que sus creaciones culinarias deleitaban a
tantos paladares, pero hoy encuentra una nueva alegría al compartir un café con
sus amigas, momentos en los que se recarga de energía para seguir adelante.
“La enfermedad de mi marido trastocó todos los planes que teníamos juntos”,
dice Rosario con tristeza. “La vida nos presenta nuevos desafíos, y estoy dispuesta
a enfrentarlos con la misma fuerza con la que un día construí mi restaurante”.
“Necesitamos más reconocimiento y apoyo para quienes desempeñamos
esta labor tan importante”, reivindica Rosario, hablando en nombre de todas las
cuidadoras que, como ella, han dejado de lado sus sueños para cuidar a sus seres
queridos
Las manos de José Gabriel, entrelazadas con las de su madre, Chelo, forman un lazo indestructible. Aunque los años han dejado huella en su rostro, sus ojos brillan con un amor que trasciende el tiempo. Desde 2003, José Gabriel ha dedicado su vida a cuidar de sus padres, enfermos de Alzheimer. A pesar de la enorme carga
emocional, él sigue ofreciendo a su madre momentos de alegría y bienestar, acompañándola con ternura en este viaje.
En cada paseo, en cada canción, en cada abrazo, José Gabriel encuentra la oportunidad de crear nuevos recuerdos y fortalecer el vínculo que los une.
Aunque su madre no lo recuerde, cada instante compartido es un regalo precioso para él.
La vida de María ha sido una montaña rusa de emociones: del dolor de ver a su hijo sufrir tras un inesperado accidente, a la alegría de verlo triunfar en los Juegos Paralímpicos. Y, en estos últimos dos años, cuidando también a su suegra.
María encuentra paz en medio de la tormenta a través del arte y la escritura, sus refugios que le permiten seguir adelante con esperanza. Los escritos que llenaron su diario mientras su hijo se recuperaba fueron un viaje hacia su interior, revelándole una fuerza que desconocía. Con cada pincelada en sus cuadros, María transforma el sufrimiento en fortaleza, tejiendo un tapiz de esperanza.
Lola nunca olvidará aquel 24 de diciembre. La Navidad se tiñó de incertidumbre cuando le confirmaron que su pequeña Lorena, de tan solo 7 meses, tenía el Síndrome de Angelman, un diagnóstico casi desconocido en aquel entonces. A pesar del impacto, Lola no se rindió. Dejó su trabajo para dedicarse por completo al cuidado de su hija, una niña cuya sonrisa angelical ilumina cada rincón de su hogar.
Hoy, con 26 años, Lorena con su mirada inocente y su alegría contagiosa, sigue siendo, como dice su madre, “un eterno bebé”. Juntas han recorrido un largo camino lleno de altibajos, pero el amor ha sido más fuerte que cualquier obstáculo.
Eloísa, madre de Lucas, lleva 15 años dedicando cada día, cada hora, al cuidado integral de su hijo, quien tiene discapacidad intelectual. Desde que Lucas nació, con crisis epilépticas y deterioro cerebral, Eloísa ha sido su pilar, brindándole apoyo
físico y emocional sin descanso.
“No puede comer solo, ni beber, ni andar, y no habla… Es absolutamente dependiente”, explica Eloísa. Sin embargo, gracias a su amor incondicional, Lucas ha logrado tener una vida llena de cariño y calidad.
A pesar de las dificultades y del desgaste físico, Eloísa se mantiene fuerte y positiva.
“La parte más dura ya la hemos pasado”, afirma, enfocándose ahora en disfrutar cada momento con su hijo y brindarle la mejor atención posible. “Ojalá Lucas y yo podamos compartir toda nuestra vida juntos”, desea Eloísa, ejemplo de dedicación
y de un amor maternal que inspira a todos.
Rosario, quien alguna vez fue dueña de un restaurante lleno de vida y sabor,
renunció a su trabajo para convertirse en la cuidadora de su marido. Su delantal,
antes manchado de salsa y harina, ahora lleva las huellas de los cuidados diarios.
Recuerda con nostalgia los días en que sus creaciones culinarias deleitaban a
tantos paladares, pero hoy encuentra una nueva alegría al compartir un café con
sus amigas, momentos en los que se recarga de energía para seguir adelante.
“La enfermedad de mi marido trastocó todos los planes que teníamos juntos”,
dice Rosario con tristeza. “La vida nos presenta nuevos desafíos, y estoy dispuesta
a enfrentarlos con la misma fuerza con la que un día construí mi restaurante”.
“Necesitamos más reconocimiento y apoyo para quienes desempeñamos
esta labor tan importante”, reivindica Rosario, hablando en nombre de todas las
cuidadoras que, como ella, han dejado de lado sus sueños para cuidar a sus seres
queridos
Tras 30 años de felicidad, en 2011, el Alzheimer irrumpió en la vida de Mario y Flora. Desde entonces, Mario se ha convertido en el refugio y sostén de su esposa en este nuevo viaje. A pesar de todo, el vínculo entre ellos sigue siendo tan fuerte como antes, una conexión que trasciende el tiempo. Es un amor que desafía al olvido, donde la sonrisa de Flora es la mayor recompensa para Mario.
En cada mirada, en cada caricia, Mario encuentra pedacitos de aquella felicidad que compartieron. Con paciencia y cariño, ha construido un nuevo mundo para ambos, donde la ternura es lo único que necesitan.
De las olas del mar a la calma del hogar, Fernando, quien dedicó su vida a la pesca, se vio obligado a cambiar el timón de su barco para dedicarse al cuidado de su esposa, Charo. Las enfermedades los han unido en este viaje inesperado, donde el amor y la resiliencia son sus mejores compañeros. “Cada día es una batalla por la dignidad y la calidad de vida de mi esposa”, afirma Fernando. Su amor es un ancla que los mantiene unidos, incluso en las tormentas más fuertes, recordándoles que siempre estarán juntos, pase lo que pase.
“Por la noche, mi nieta se levanta hasta mi cama para preguntarme si la quiero”, relata Juana, quien se convirtió en la figura materna de Clara desde que tenía solo 12 días de vida. La hija de Juana, con apenas 18 años, no pudo hacerse cargo de la
pequeña, y Juana asumió su cuidado.
Cuando Clara cumplió 5 años, regresó con su madre, pero la situación no era la más idonea. A los 19, volvió a buscar refugio en los brazos de su abuela, huyendo de un ambiente familiar conflictivo. “De no ser por mi abuela, no sé qué hubiera sido de mí. Ella es como mi madre”, dice Clara con cariño, a lo que Juana, emocionada, responde: “No sé qué será de ti cuando yo no esté. Vivo preocupada”.
Complicidad, amor y tesón. Juana ha cedido a su nieta la habitación más grande de la casa, sin importarle nada más que su felicidad. “Jo, abuela, la de veces que te lo he hecho pasar mal”, y Juana se vuelve a emocionar.
Aitor, un actor consagrado, ha interpretado muchos papeles a lo largo de su carrera, pero ninguno tan importante como el de cuidador. Con un cariñoso “ama” pronunciado con su inconfundible acento venezolano, Aitor refleja la rica diversidad
cultural de su familia.
Desde hace 4 años, Aitor cuida a su madre, Flora, con dedicación y empatía, demostrando que el verdadero arte está en cuidar de los demás. A través de su entrega, ha forjado un lazo irrompible con su madre, quien encuentra en él no solo cuidados, sino también un profundo amor filial.
Con 59 años, Margarita lleva tres cuidando de su madre, Luisa, una mujer de 89 años que tiene demencia. La vida que una vez conocieron se ha transformado en un laberinto de olvidos, miedos y confusiones. Sin embargo, entre la alegría de los pequeños logros y la tristeza por los recuerdos perdidos, Margarita sigue
cuidando con amor a quien siempre la cuidó.
“Aunque mi madre no siempre me reconozca, cada día es una oportunidad para crear nuevos recuerdos juntas y luchar contra el olvido”, afirma Margarita. A pesar de la carga emocional y física, su amor por su madre es inquebrantable, y “cada sonrisa suya es un bálsamo para mi alma”.
Jorge Alvariño es un reconocido fotógrafo residente en Madrid (España) que se ha dedicado a la fotografía de carteles de cine y tv, publicidad y celebridades desde 2002. Su fotografía se basa en un poderoso impacto visual logrado a través de su estilo cinematográfico, atmosférico y dramático. A lo largo de su carrera ha trabajado en multitud de peliculas colaborando con directores como Carlos Saura, Alex de la Iglesia, Eugenio Mira, Nacho Vigalondo, y con compañias como Netflix, HBO, Amazon, Sony, Atresmedia…
Jorge ha recibido varios premios en prestigiosos festivales de todo el mundo, como los CLIO AWARDS, SOL, FEROZ, LUX y PLATINO, y ha sido seleccionado para el libro “200 Best Ad Photographers worldwide 2021/22” de la prestigiosa revista LÜRZERS ARCHIVE.
Desde 2009 es el CEO de Forillomatic, un estudio creativo que crea sorprendentes fondos personalizados de día y noche para la industria cinematográfica.
Mi hermano, Juan Manuel, es una persona con discapacidad intelectual. Ha vivido con mis padres desde siempre, y “ha pasado de no saber freír un huevo a ser el cuidador de nuestra madre, quien ahora tiene Alzheimer. Y antes de que falleciera nuestro padre, también lo cuidaba a él”, relata con orgullo Pilar, hermana de Juan Manuel.
Pilar es la cuidadora de su hermano y de su madre, ocupándose de los aspectos médicos, bancarios y de otros temas del día a día. Pero en casa, es Juan Manuel quien lleva las riendas. Él se encarga de darle la medicación a su madre, de levantarla, asearla y prepararla para llevarla al centro de día.
Juan Manuel se siente orgulloso de sí mismo: “Ni yo mismo imaginaba que sería capaz de hacer todo esto”, dice. Cuidar de sus padres ha sido un viaje transformador para él. Su amor filial le ha dado la fuerza necesaria para afrontar cada reto, demostrando una resiliencia admirable. Pilar, por su parte, lo mira con orgullo, tranquila de saber que su madre está en las mejores manos.
José Manuel es un hombre con una gran sensibilidad. Vive en un piso tutelado
junto con otras personas con discapacidad intelectual, trabaja, y además cuida
de su padre, quien tiene Alzheimer.
“Mi padre nunca se ocupó de mí. A los 6 años decidió que no quería saber más
y salió por la puerta”, explica José Manuel. A pesar de ello, hoy es el cuidador de
su padre, a quien visita todas las semanas. “Le limpio el polvo y lo saco a pasear”,
dice con una sonrisa.
“Soy el cuidador de mi padre porque he decidido cuidarlo para que mejore”,
afirma José Manuel, cuya historia es un testimonio de que el amor puede sanar
cualquier herida, y de que la discapacidad intelectual no es un obstáculo para
brindar cuidados y afecto
Bajo la sombra protectora de un olivo, donde reposan las cenizas de su padre, Óscar nos cuenta la historia de su progenitor. Un hombre que dedicó su vida a construir un futuro más justo para las personas con discapacidad intelectual, como su hijo Antonio, conocido como Toñete. “Mi padre libró una batalla incansable,
forjando una entidad desde cero, con el único anhelo de asegurar una vida digna para las personas con discapacidad intelectual”, detalla Óscar, recordando una época en la que la inclusión era casi un concepto utópico.
Hoy, gracias a los esfuerzos de su padre y al cuidado de su hermano Óscar, Toñete disfruta de una vida plena, rodeado de amor y de oportunidades. El legado de su padre sigue vivo en cada logro que alcanza Toñete, y bajo la sombra del olivo, Óscar experimenta una sensación de plenitud
“Hay cosas peores que cuidar a personas. Lo hago con amor y pasión”, dice Melisa al describir su rol como cuidadora. Melisa y Sergio son los padres de Jaime, un joven de 18 años con autismo. Hace un año, la vida familiar se vio transformada radicalmente cuando Sergio, el marido de Melisa, sufrió una grave hemorragia cerebral que lo llevó a necesitar cuidados constantes, sumando una nueva capa de responsabilidad a las necesidades especiales de Jaime.
Melisa es una cuidadora entregada, comprometida a dar lo mejor de sí misma.
Vive rodeada de sus 3 gatos, 2 perros y decenas de plantas, a los que también cuida con la misma dedicación. Además, se encarga de su padre, que es ciego, y de su madre, quien padece una enfermedad rara. A pesar de tantas responsabilidades, en su casa reina la paz y la tranquilidad.
Hace tiempo que Melisa descubrió que no se puede controlar todo en la vida.
“Cuanto más te empeñas en tener el control del timón, más sufres. Mi premisa es asumir de la mejor manera lo que venga”, reflexiona.
En 5 años, se imagina viviendo en Asturias, compaginando su trabajo como redactora jefe en el periódico “20 minutos” y, tal vez, cuidando de su madre o de su suegra. “¡Quién sabe!”, dice, sonriendo.
“En mis ratos libres aprovecho para descansar, leer y ver mi serie favorita acompañada de mi perro Nazca”, relata Carmen.
Su tiempo libre transcurre desde las 10 de la mañana a 5 de la tarde, mientras su hijo Javier, de 23 años y con parálisis cerebral, está en el centro de día. “Me encantaría que Javier pudiera ir de fiesta como hacen sus hermanos. Me adapto, lo acepto y soy el apoyo que mi hijo necesita”, cuenta Carmen con resignación.
“Soy feliz. Cada persona es un mundo, y Javier tiene sus necesidades. Nada más”, afirma Carmen con rotundidad.
Laura, una profesional que trascendió los límites de su rol como cuidadora, ha tejido con Mari Sierra un lazo más profundo e inquebrantable. Más que una cuidadora, se ha convertido en su confidente, compañera de juegos y cómplice de tardes frente al televisor.
A pesar de haber cambiado de centro, Laura no ha dudado en convertir sus visitas semanales en un oasis de cariño, complicidad y risas. Aunque la distancia física las separa, su amistad y dedicación han permanecido intactas
“Tuve que dejar mi trabajo, que tanto me apasionaba, para cuidar a Macarena, quien estuvo 7 minutos sin vida al nacer, y a causa de ello tiene parálisis cerebral”, cuenta Rebeca con la voz entrecortada.
A pesar de que los médicos auguraban un futuro muy difícil para su hija — diciéndole que nunca podría caminar— la perseverancia de Rebeca ha hecho que Macarena hoy no pare quieta ni un segundo. Tanto es así, que hace un año Rebeca le decía a la fisioterapeuta de su hija: “Por mis narices, mi hija tiene que llevarme las arras el día de mi boda”, y lo consiguió
Esmeralda es la hermana mayor de Noelia, y recuerda cómo cuida de ella desde que tiene 3 años. “Yo solo soy su apoyo, ella es quien decide”, dice Esmeralda con humildad. Sin embargo, su rol va más allá del simple acompañamiento.
Esmeralda se ha convertido en una guía para Noelia, con quien comparte miedos y anhelos.
“Hablar y que me cuente sus cosas” es, según Esmeralda, el momento en el que más cuida de su hermana. Le aconseja, pero siempre dejando claro que la decisión final es de Noelia.
Milagros, una mujer llena de vida, llegó a España en busca de nuevas oportunidades. Adaptarse a una nueva cultura fue un viaje lleno de altibajos, pero su amor maternal siempre la mantuvo enfocada en su objetivo: brindarle a su hijo Juan Daniel, de 13 años, la mejor vida posible.
Con serenidad y orgullo, Milagros admite: “Me he descuidado totalmente para cuidar a mi hijo”. Sin embargo, en sus palabras hay una profunda satisfacción, ya que sabe que cada sacrificio ha valido la pena. El “champú de cariño” que se regaló el día anterior es una pequeña muestra de que, aunque la maternidad ha sido su prioridad, también es importante cuidarse a sí misma.
Ingeniero de caminos, director técnico, profesor y ahora cuidador. “He tenido que adaptar mi vida para acompañar a Carmen en su camino, reduciendo mi dedicación laboral y dejando atrás aficiones”, explica Jacinto.
“Ser cuidador es una lección de vida. He aprendido, a base de teoría y práctica, la importancia de estar cerca de quienes nos necesitan. He desarrollado resiliencia, paciencia y he descubierto la grandeza de las personas que me rodean”, relata Jacinto con una sonrisa.
Cuando le preguntan si fue difícil tomar la decisión de convertirse en cuidador, responde: “No es una circunstancia deseada, pero es una realidad a la que hay que enfrentarse con valentía. La decisión familiar de que yo fuera su cuidador, dada la inestabilidad laboral de mi mujer, ha sido un desafío, pero también una apuesta por el amor y el cuidado”. Concluye diciendo: “Cuidar es duro, pero también es una oportunidad para crecer y descubrir nuevas facetas de uno mismo”.
Mi hermano, Juan Manuel, es una persona con discapacidad intelectual. Ha vivido con mis padres desde siempre, y “ha pasado de no saber freír un huevo a ser el cuidador de nuestra madre, quien ahora tiene Alzheimer. Y antes de que falleciera nuestro padre, también lo cuidaba a él”, relata con orgullo Pilar, hermana de Juan Manuel.
Pilar es la cuidadora de su hermano y de su madre, ocupándose de los aspectos médicos, bancarios y de otros temas del día a día. Pero en casa, es Juan Manuel quien lleva las riendas. Él se encarga de darle la medicación a su madre, de levantarla, asearla y prepararla para llevarla al centro de día.
Juan Manuel se siente orgulloso de sí mismo: “Ni yo mismo imaginaba que sería capaz de hacer todo esto”, dice. Cuidar de sus padres ha sido un viaje transformador para él. Su amor filial le ha dado la fuerza necesaria para afrontar cada reto, demostrando una resiliencia admirable. Pilar, por su parte, lo mira con orgullo, tranquila de saber que su madre está en las mejores manos.
“Tuve que dejar mi trabajo, que tanto me apasionaba, para cuidar a Macarena, quien estuvo 7 minutos sin vida al nacer, y a causa de ello tiene parálisis cerebral”, cuenta Rebeca con la voz entrecortada.
A pesar de que los médicos auguraban un futuro muy difícil para su hija — diciéndole que nunca podría caminar— la perseverancia de Rebeca ha hecho que Macarena hoy no pare quieta ni un segundo. Tanto es así, que hace un año Rebeca le decía a la fisioterapeuta de su hija: “Por mis narices, mi hija tiene que llevarme las arras el día de mi boda”, y lo consiguió
Esmeralda es la hermana mayor de Noelia, y recuerda cómo cuida de ella desde que tiene 3 años. “Yo solo soy su apoyo, ella es quien decide”, dice Esmeralda con humildad. Sin embargo, su rol va más allá del simple acompañamiento.
Esmeralda se ha convertido en una guía para Noelia, con quien comparte miedos y anhelos.
“Hablar y que me cuente sus cosas” es, según Esmeralda, el momento en el que más cuida de su hermana. Le aconseja, pero siempre dejando claro que la decisión final es de Noelia.
Bajo la sombra protectora de un olivo, donde reposan las cenizas de su padre, Óscar nos cuenta la historia de su progenitor. Un hombre que dedicó su vida a construir un futuro más justo para las personas con discapacidad intelectual, como su hijo Antonio, conocido como Toñete. “Mi padre libró una batalla incansable,
forjando una entidad desde cero, con el único anhelo de asegurar una vida digna para las personas con discapacidad intelectual”, detalla Óscar, recordando una época en la que la inclusión era casi un concepto utópico.
Hoy, gracias a los esfuerzos de su padre y al cuidado de su hermano Óscar, Toñete disfruta de una vida plena, rodeado de amor y de oportunidades. El legado de su padre sigue vivo en cada logro que alcanza Toñete, y bajo la sombra del olivo, Óscar experimenta una sensación de plenitud
Milagros, una mujer llena de vida, llegó a España en busca de nuevas oportunidades. Adaptarse a una nueva cultura fue un viaje lleno de altibajos, pero su amor maternal siempre la mantuvo enfocada en su objetivo: brindarle a su hijo Juan Daniel, de 13 años, la mejor vida posible.
Con serenidad y orgullo, Milagros admite: “Me he descuidado totalmente para cuidar a mi hijo”. Sin embargo, en sus palabras hay una profunda satisfacción, ya que sabe que cada sacrificio ha valido la pena. El “champú de cariño” que se regaló el día anterior es una pequeña muestra de que, aunque la maternidad ha sido su prioridad, también es importante cuidarse a sí misma.
“Hay cosas peores que cuidar a personas. Lo hago con amor y pasión”, dice Melisa al describir su rol como cuidadora. Melisa y Sergio son los padres de Jaime, un joven de 18 años con autismo. Hace un año, la vida familiar se vio transformada radicalmente cuando Sergio, el marido de Melisa, sufrió una grave hemorragia cerebral que lo llevó a necesitar cuidados constantes, sumando una nueva capa de responsabilidad a las necesidades especiales de Jaime.
Melisa es una cuidadora entregada, comprometida a dar lo mejor de sí misma.
Vive rodeada de sus 3 gatos, 2 perros y decenas de plantas, a los que también cuida con la misma dedicación. Además, se encarga de su padre, que es ciego, y de su madre, quien padece una enfermedad rara. A pesar de tantas responsabilidades, en su casa reina la paz y la tranquilidad.
Hace tiempo que Melisa descubrió que no se puede controlar todo en la vida.
“Cuanto más te empeñas en tener el control del timón, más sufres. Mi premisa es asumir de la mejor manera lo que venga”, reflexiona.
En 5 años, se imagina viviendo en Asturias, compaginando su trabajo como redactora jefe en el periódico “20 minutos” y, tal vez, cuidando de su madre o de su suegra. “¡Quién sabe!”, dice, sonriendo.
José Manuel es un hombre con una gran sensibilidad. Vive en un piso tutelado
junto con otras personas con discapacidad intelectual, trabaja, y además cuida
de su padre, quien tiene Alzheimer.
“Mi padre nunca se ocupó de mí. A los 6 años decidió que no quería saber más
y salió por la puerta”, explica José Manuel. A pesar de ello, hoy es el cuidador de
su padre, a quien visita todas las semanas. “Le limpio el polvo y lo saco a pasear”,
dice con una sonrisa.
“Soy el cuidador de mi padre porque he decidido cuidarlo para que mejore”,
afirma José Manuel, cuya historia es un testimonio de que el amor puede sanar
cualquier herida, y de que la discapacidad intelectual no es un obstáculo para
brindar cuidados y afecto
“En mis ratos libres aprovecho para descansar, leer y ver mi serie favorita acompañada de mi perro Nazca”, relata Carmen.
Su tiempo libre transcurre desde las 10 de la mañana a 5 de la tarde, mientras su hijo Javier, de 23 años y con parálisis cerebral, está en el centro de día. “Me encantaría que Javier pudiera ir de fiesta como hacen sus hermanos. Me adapto, lo acepto y soy el apoyo que mi hijo necesita”, cuenta Carmen con resignación.
“Soy feliz. Cada persona es un mundo, y Javier tiene sus necesidades. Nada más”, afirma Carmen con rotundidad.
Laura, una profesional que trascendió los límites de su rol como cuidadora, ha tejido con Mari Sierra un lazo más profundo e inquebrantable. Más que una cuidadora, se ha convertido en su confidente, compañera de juegos y cómplice de tardes frente al televisor.
A pesar de haber cambiado de centro, Laura no ha dudado en convertir sus visitas semanales en un oasis de cariño, complicidad y risas. Aunque la distancia física las separa, su amistad y dedicación han permanecido intactas
Ingeniero de caminos, director técnico, profesor y ahora cuidador. “He tenido que adaptar mi vida para acompañar a Carmen en su camino, reduciendo mi dedicación laboral y dejando atrás aficiones”, explica Jacinto.
“Ser cuidador es una lección de vida. He aprendido, a base de teoría y práctica, la importancia de estar cerca de quienes nos necesitan. He desarrollado resiliencia, paciencia y he descubierto la grandeza de las personas que me rodean”, relata Jacinto con una sonrisa.
Cuando le preguntan si fue difícil tomar la decisión de convertirse en cuidador, responde: “No es una circunstancia deseada, pero es una realidad a la que hay que enfrentarse con valentía. La decisión familiar de que yo fuera su cuidador, dada la inestabilidad laboral de mi mujer, ha sido un desafío, pero también una apuesta por el amor y el cuidado”. Concluye diciendo: “Cuidar es duro, pero también es una oportunidad para crecer y descubrir nuevas facetas de uno mismo”.
Oliver Vegas es un fotógrafo y cineasta español reconocido por su estilo visual único, especializado en viajes, comercial y lifestyle. Comenzó su carrera en 2000 tras estudiar dirección cinematográfica, arias de ahí su pasión por capturar la naturaleza y la interacción humana con los espacios le hizo mas conocido. Su obra destaca por el uso magistral de la luz y el color, creando imágenes que transmiten una atmósfera de aventura y conexión con el entorno. Su trabajo creativo le ha llevado a trabajar con las marcas internacionales mas reconocibles y su trabajo ha sido reconocido y expuesto en en todo el mundo. “Conocer las 10 Historias de primera mano, es algo que todos deberíamos experimentar, cada minuto sientes la energía inagotable y la importancia de una cuidadora”.
Mari Luz es una cuidadora incansable que lleva 16 años dedicando su vida al bienestar de Emilio, su “perla”, como ella lo llama cariñosamente. “¿Qué va a ser de Emilio cuando yo no esté?”, se pregunta preocupada, reflejando la realidad de miles de cuidadores que se entregan por completo al cuidado de sus seres
queridos.
En junio de 2024 celebraron sus 50 años de amor incondicional. “Le he comprado un traje nuevo de novio a mi ‘perla’ para que esté guapísimo en la celebración familiar”, dice emocionada. Cuando le preguntan si ella también se ha hecho un traje, responde con una sonrisa: “A mí no me hace falta, me apaño con lo que tengo”.
Un ejemplo de amor y entrega que nos recuerda la importancia de los cuidadores y su rol fundamental en la vida de quienes dependen de ellos.
El padre de José Ángel, Pepe, explica: “La naturalidad de la vida es que los hijos entierren a sus padres, no al revés. Nosotros tuvimos que enterrar en vida a nuestro hijo porque, tras el ictus, ya nunca volverá a ser el José Ángel de antes”. El miedo a perderlo llevó a Pepe y Emilia a luchar cada segundo.
Tras el ictus, José Ángel pasó de vivir de forma independiente a depender de sus padres. Ahora, los tres son cuidadores en una lucha compartida. “La vida nos ha puesto a prueba, pero también nos ha unido de una manera que nunca imaginé”, confiesa José Ángel. “Cuidar de mis padres es mi forma de devolverles todo lo que han hecho por mí. Somos un equipo y juntos enfrentamos el futuro”.
En esta casa, el amor y la preocupación fluyen en ambas direcciones, añade Emilia. José Ángel cuida de sus padres, mientras ellos también lo apoyan en su recuperación. Tres almas unidas por el lazo más fuerte: el cuidado
Mari Ángeles, protectora y llena de amor, cuida de Xavi, quien sufrió un derrame cerebral a los 14 años debido a una malformación congénita. Xavi, alegre y soñador, anhela conocer al DJ David Guetta e ir a Ibiza.
Las noches son largas para Mari Ángeles, quien sigue durmiendo con Xavi “por miedo a que sufra un ataque epiléptico y no pueda ayudarle”. Su dedicación es inquebrantable, porque para ella lo importante es estar unidos, avanzando siempre juntos hacia la misma dirección.
Mari Amparo es una madre valiente que dejó atrás su vida en Venezuela para cuidar a su hija Karen, después de que sufriera un daño cerebral adquirido. Karen vivía en Francia junto a su marido cuando ocurrió el grave suceso. “Karen luchó en coma, en el hospital, durante un año, mientras su marido decidió no cuidarla”,
cuenta Mari Amparo con voz entrecortada.
Desde ese momento, Mari Amparo se convirtió en la única esperanza de su hija, sacrificando su propia vida para estar a su lado. Ahora, en España y con 72 años, enfrenta el futuro incierto de Karen con amor y preocupación, sabiendo que su hermana, desde Inglaterra, también las apoya en esta lucha.
Isabel, madre de Mario, ha sido su apoyo inquebrantable desde que él sufrió un accidente de moto en 1989 y una crisis hepática en 2002. Mario, con su memoria a corto plazo afectada, sigue adelante gracias a su madre.
Su amor y dedicación trascienden las palabras. Mientras Isabel relata la historia de su hijo, Mario escucha, se asusta y repite frases como: “No puede ser que me pasara eso”, evidenciando la lucha constante contra el olvido.
En sus momentos de descanso, Isabel se refugia en la lectura, encontrando consuelo en su sitio favorito, donde puede relajarse y tomar fuerzas.
Chelo, madre luchadora, encuentra en la sonrisa radiante de su hija María, conocida como la “happy flower” por su continua alegría, la fuerza para seguir adelante. Juntas enfrentan los obstáculos con una actitud positiva, a pesar de que el futuro de María sea incierto.
“Es increíble cómo, en medio de una situación tan difícil, María logra irradiar tanta alegría. Muchos días es ella quien me anima a mí”, dice Chelo, con una mirada llena de orgullo. “Mi vida es ella, mi hija”, añade. María, la llena de besos y no deja de decirle: “Te quiero mucho mamá. Yo no estaría aquí sin ti”.
A pesar de las dificultades, la alegría de María es un faro de esperanza para toda la familia.
Pili y Paco, un matrimonio de toda la vida, enfrentan juntos las secuelas de un ictus. “Recuerdo que, cuando Paco estaba ingresado en el hospital, lloraba cada vez que hacía el trayecto en coche, tanto de ida como de vuelta”, explica Pili.
La fotografía que los acompaña muestra a Paco detrás de Pili, simbolizando su constante dependencia. “Tengo que estar pendiente de todo, y es agotador.
Siempre está detrás de mí, viendo qué hago o dónde estoy. Es como mi sombra”, relata entre risas y cansancio.
Pili, con dedicación inquebrantable, se ha convertido en la voz y la guía de su esposo, siempre a su lado.
Ángela, de origen brasileño y amante de la artesanía, se ha convertido en la luz que guía a su esposo Aníbal, argentino, desde que él sufrió un ictus. Ángela está siempre pendiente de él, tomando decisiones en su lugar, ya que él ha perdido
parte de su capacidad de elección.
“Siempre tengo la mirada puesta en él, pendiente en todo momento”, explica Ángela. Ángela y Aníbal, unidos por el amor y la adversidad, enfrentan las secuelas del ictus, con Ángela como su sombra protectora, sosteniendo su futuro con cada decisión que toma.
Lucía, hija de Agustín y Lucía, sufrió un ictus con 23 años. Joven, deportista y llena de vida, su vida cambió de repente, enfrentándose a una realidad totalmente diferente. Todo se vino abajo.
Agustín confiesa, con lágrimas en los ojos: “El sufrimiento por los hijos es inmenso”.
La vida de la familia se detuvo. Lucía y Agustín dejaron atrás todo en su pueblo para cuidar de su hija en Valencia, donde llevan 6 años luchando por su bienestar.
Aunque el sueño de Lucía de abrir un gimnasio se desvaneció, la dedicación de sus padres sigue intacta. Es una lucha constante contra la incertidumbre y el dolor, pero su amor por Lucía los impulsa a seguir adelante.
Detrás de la sonrisa de Pepa se esconde un mundo de sacrificio. Entre sus clases de literatura y viajes solitarios encuentra el refugio necesario para seguir cuidando de su esposo Fernando.
“Realizo un viaje sola al año para olvidar ‘el problema’”, confiesa con una media sonrisa. A pesar de las responsabilidades que conlleva cuidar de Fernando, Pepa no renuncia a sus pasiones, recordándonos la importancia de encontrar tiempo para uno mismo, incluso en medio de grandes sacrificios.
Mari Luz es una cuidadora incansable que lleva 16 años dedicando su vida al bienestar de Emilio, su “perla”, como ella lo llama cariñosamente. “¿Qué va a ser de Emilio cuando yo no esté?”, se pregunta preocupada, reflejando la realidad de miles de cuidadores que se entregan por completo al cuidado de sus seres
queridos.
En junio de 2024 celebraron sus 50 años de amor incondicional. “Le he comprado un traje nuevo de novio a mi ‘perla’ para que esté guapísimo en la celebración familiar”, dice emocionada. Cuando le preguntan si ella también se ha hecho un traje, responde con una sonrisa: “A mí no me hace falta, me apaño con lo que tengo”.
Un ejemplo de amor y entrega que nos recuerda la importancia de los cuidadores y su rol fundamental en la vida de quienes dependen de ellos.
Ángela, de origen brasileño y amante de la artesanía, se ha convertido en la luz que guía a su esposo Aníbal, argentino, desde que él sufrió un ictus. Ángela está siempre pendiente de él, tomando decisiones en su lugar, ya que él ha perdido
parte de su capacidad de elección.
“Siempre tengo la mirada puesta en él, pendiente en todo momento”, explica Ángela. Ángela y Aníbal, unidos por el amor y la adversidad, enfrentan las secuelas del ictus, con Ángela como su sombra protectora, sosteniendo su futuro con cada decisión que toma.
Isabel, madre de Mario, ha sido su apoyo inquebrantable desde que él sufrió un accidente de moto en 1989 y una crisis hepática en 2002. Mario, con su memoria a corto plazo afectada, sigue adelante gracias a su madre.
Su amor y dedicación trascienden las palabras. Mientras Isabel relata la historia de su hijo, Mario escucha, se asusta y repite frases como: “No puede ser que me pasara eso”, evidenciando la lucha constante contra el olvido.
En sus momentos de descanso, Isabel se refugia en la lectura, encontrando consuelo en su sitio favorito, donde puede relajarse y tomar fuerzas.
Mari Ángeles, protectora y llena de amor, cuida de Xavi, quien sufrió un derrame cerebral a los 14 años debido a una malformación congénita. Xavi, alegre y soñador, anhela conocer al DJ David Guetta e ir a Ibiza.
Las noches son largas para Mari Ángeles, quien sigue durmiendo con Xavi “por miedo a que sufra un ataque epiléptico y no pueda ayudarle”. Su dedicación es inquebrantable, porque para ella lo importante es estar unidos, avanzando siempre juntos hacia la misma dirección.
Detrás de la sonrisa de Pepa se esconde un mundo de sacrificio. Entre sus clases de literatura y viajes solitarios encuentra el refugio necesario para seguir cuidando de su esposo Fernando.
“Realizo un viaje sola al año para olvidar ‘el problema’”, confiesa con una media sonrisa. A pesar de las responsabilidades que conlleva cuidar de Fernando, Pepa no renuncia a sus pasiones, recordándonos la importancia de encontrar tiempo para uno mismo, incluso en medio de grandes sacrificios.
Mari Amparo es una madre valiente que dejó atrás su vida en Venezuela para cuidar a su hija Karen, después de que sufriera un daño cerebral adquirido. Karen vivía en Francia junto a su marido cuando ocurrió el grave suceso. “Karen luchó en coma, en el hospital, durante un año, mientras su marido decidió no cuidarla”,
cuenta Mari Amparo con voz entrecortada.
Desde ese momento, Mari Amparo se convirtió en la única esperanza de su hija, sacrificando su propia vida para estar a su lado. Ahora, en España y con 72 años, enfrenta el futuro incierto de Karen con amor y preocupación, sabiendo que su hermana, desde Inglaterra, también las apoya en esta lucha.
El padre de José Ángel, Pepe, explica: “La naturalidad de la vida es que los hijos entierren a sus padres, no al revés. Nosotros tuvimos que enterrar en vida a nuestro hijo porque, tras el ictus, ya nunca volverá a ser el José Ángel de antes”. El miedo a perderlo llevó a Pepe y Emilia a luchar cada segundo.
Tras el ictus, José Ángel pasó de vivir de forma independiente a depender de sus padres. Ahora, los tres son cuidadores en una lucha compartida. “La vida nos ha puesto a prueba, pero también nos ha unido de una manera que nunca imaginé”, confiesa José Ángel. “Cuidar de mis padres es mi forma de devolverles todo lo que han hecho por mí. Somos un equipo y juntos enfrentamos el futuro”.
En esta casa, el amor y la preocupación fluyen en ambas direcciones, añade Emilia. José Ángel cuida de sus padres, mientras ellos también lo apoyan en su recuperación. Tres almas unidas por el lazo más fuerte: el cuidado
Lucía, hija de Agustín y Lucía, sufrió un ictus con 23 años. Joven, deportista y llena de vida, su vida cambió de repente, enfrentándose a una realidad totalmente diferente. Todo se vino abajo.
Agustín confiesa, con lágrimas en los ojos: “El sufrimiento por los hijos es inmenso”.
La vida de la familia se detuvo. Lucía y Agustín dejaron atrás todo en su pueblo para cuidar de su hija en Valencia, donde llevan 6 años luchando por su bienestar.
Aunque el sueño de Lucía de abrir un gimnasio se desvaneció, la dedicación de sus padres sigue intacta. Es una lucha constante contra la incertidumbre y el dolor, pero su amor por Lucía los impulsa a seguir adelante.
Chelo, madre luchadora, encuentra en la sonrisa radiante de su hija María, conocida como la “happy flower” por su continua alegría, la fuerza para seguir adelante. Juntas enfrentan los obstáculos con una actitud positiva, a pesar de que el futuro de María sea incierto.
“Es increíble cómo, en medio de una situación tan difícil, María logra irradiar tanta alegría. Muchos días es ella quien me anima a mí”, dice Chelo, con una mirada llena de orgullo. “Mi vida es ella, mi hija”, añade. María, la llena de besos y no deja de decirle: “Te quiero mucho mamá. Yo no estaría aquí sin ti”.
A pesar de las dificultades, la alegría de María es un faro de esperanza para toda la familia.
Pili y Paco, un matrimonio de toda la vida, enfrentan juntos las secuelas de un ictus. “Recuerdo que, cuando Paco estaba ingresado en el hospital, lloraba cada vez que hacía el trayecto en coche, tanto de ida como de vuelta”, explica Pili.
La fotografía que los acompaña muestra a Paco detrás de Pili, simbolizando su constante dependencia. “Tengo que estar pendiente de todo, y es agotador.
Siempre está detrás de mí, viendo qué hago o dónde estoy. Es como mi sombra”, relata entre risas y cansancio.
Pili, con dedicación inquebrantable, se ha convertido en la voz y la guía de su esposo, siempre a su lado.
Hola. Mi nombre es Mario Sierra, un fotógrafo de moda español afincado en Madrid. Nací el 30 de mayo de 1973 en esta vibrante ciudad que ha sido testigo de mi evolución profesional. Mis inicios fueron más ligados a la carpintería, trabajando en el negocio familiar, pero mi verdadera pasión siempre estuvo en el arte de la fotografía.
Con el tiempo, decidí seguir mi instinto y me sumergí en el mundo de la fotografía. Estudié y practiqué incansablemente, capturando imágenes junto a amigos y realizando sesiones para modelos emergentes. Fue así como di mis primeros pasos en la industria de la moda.
A lo largo de los últimos 31 años, he tenido el privilegio de trabajar tanto en España como en el extranjero, explorando países como Brasil, México, Costa Rica, Tailandia, Perú, EE. UU., Japón y Sudáfrica, entre otros. Mi cámara me ha llevado a lugares increíbles y me ha brindado la oportunidad de colaborar con marcas reconocidas a nivel mundial, como Loewe, Bulgari, Mbt Shoes, Apm Monaco, Intimissimi, Natura Bissé,…
He trabajado en campañas publicitarias para gigantes como Coca-Cola y L’Oréal, y he tenido el honor de realizar proyectos con las casas de moda más prestigiosas de París, como Valentino, Dior, Chanel y Gucci. Además, he tenido el placer de trabajar para la revista Hola, donde he podido capturar la esencia de la moda y el estilo.
A lo largo de mi carrera, por delante de mi cámara han pasado modelos icónicas como Alessandra Ambrosio, Bar Refaeli, Carmen Kass, Fernanda Tavares, Nieves Álvarez, Mark Vanderloo y Jon Kortajarena. También he tenido la oportunidad de fotografiar a celebridades como Valentino, Charles Leclerc, Eva Longoria, Chiara Ferragni, Olivier Martinez, Olga Kurylenko, Kristin Scott Thomas, Gary Dourdan y Dita von Teese, entre otros. Mi trabajo ha trascendido fronteras y ha dejado una huella en la industria de la moda.
Mis fotografías también han sido destacadas en revistas de renombre internacional como ELLE Magazine y Woman Madame Figaro, llegando a audiencias en más de 15 países, tales como Alemania, Francia, Italia, Noruega y Argentina. A nivel nacional he tenido el placer de colaborar con cabeceras de renombre como Cosmopolitan o la exitosa revista Hola .Es un honor poder compartir mi visión artística y mi pasión por la moda a través de estas plataformas de alcance global.
En resumen, mi carrera como fotógrafo de moda ha sido un viaje emocionante y lleno de aprendizajes. A través de mi trabajo, busco capturar la esencia y la belleza de la moda, inspirando a otros y dejando una impresión perdurable en la industria.
Alicia, talentosa diseñadora de moda con un futuro prometedor, vio su vida dar un giro inesperado cuando su hijo Jorge fue diagnosticado con discapacidad intelectual y esclerosis tuberosa. Dejó su carrera para convertirse en la principal cuidadora de su hijo, enfrentando los desafíos de la discapacidad y esta enfermedad rara con valentía y determinación.
“Fue una época muy convulsa”, recuerda Alicia. A pesar del dolor y la incertidumbre, ha encontrado la fuerza para seguir adelante, convirtiéndose en el pilar fundamental de su hijo y demostrando un amor incondicional.
María José es una madre que lo dejó todo por su hija Carmen, diagnosticada con un tumor cerebral a los 20 meses. “El golpe fue devastador, especialmente al saber que el tumor afectaba su hipófisis y nervios ópticos, dejándola ciega”, confiesa.
Desde entonces, su vida gira en torno a los cuidados de Carmen, un camino lleno de retos y recompensas. “Cada día era un desafío: aprender a caminar, hablar, identificar sonidos y objetos solo por el tacto”.
A pesar de las dificultades, María José ha encontrado la fuerza para seguir adelante. “Hoy, aunque el camino ha sido duro, ver la fortaleza y la sonrisa de Carmen me ha enseñado que el amor y la dedicación son lo más importante”.
Su entrega fue tan grande que dejó su empleo para dedicarse por completo a su hija. “Decidí que mi hija sería mi prioridad”, afirma con determinación.
María José es un ejemplo de amor incondicional y resiliencia, demostrando que con esfuerzo y dedicación se pueden superar los obstáculos más difíciles.
María, madre de Marcos, un niño de 5 años con parálisis cerebral, dejó su carrera como profesora para dedicarse por completo al cuidado de su hijo. “Nunca pensé que aprendería de la forma en que lo estoy haciendo ahora”, confiesa María, quien ha tenido que adaptarse a una nueva realidad marcada por los desafíos de la
discapacidad. “Ser madre de Marcos ha sido una lucha desde su primer día de vida”, recuerda con emoción.
A pesar de las dificultades, María ha encontrado en esta experiencia una oportunidad para crecer y aprender. “Marcos me ha enseñado que las cosas son más sencillas de lo que a veces pensamos, y que llenar cada día de pequeños momentos de alegría es la clave para la felicidad”. Con su cuenta de Instagram,
María busca visibilizar la discapacidad y mostrar que “la discapacidad puede ser cotidiana, cercana, y aunque con mucha entrega, también muy normal”.
Su dedicación y amor incondicional hacia Marcos son un ejemplo inspirador para muchas familias.
Bárbara es madre de Luca, de 11 años, un niño con autismo severo y síndrome de Joubert. Desde el nacimiento de Luca, Bárbara ha sido su cuidadora principal, enfrentando un día a día lleno de retos y desafíos. Como ella misma expresa: “Mi historia es la historia de un viaje a la montaña cuando pensaba ir a la playa”. A pesar de la carga emocional y física, Bárbara encuentra la fuerza para seguir adelante, impulsada por el profundo amor que siente por su hijo: “Él es mi ángel, mi amor, mi vida… y no le voy a defraudar”.
Con cada paso, Bárbara pisa fuerte, demostrando una determinación inquebrantable ante los desafíos que la vida le presenta, aunque “las fuerzas a veces fallan”. Su amor por Luca es su motor, la fuerza que la impulsa a seguir adelante, a conquistar cada montaña que se interponga en su camino. Su historia es un testimonio conmovedor de la resiliencia y el amor incondicional de una madre que, a pesar de las dificultades, siempre busca lo mejor para su hijo.
Consuelo, madrileña de 67 años, ha dedicado su vida a cuidar de su hijo Paco desde su nacimiento. La prematuridad de Paco ha hecho que necesite una atención constante y especializada. Consuelo se encarga a diario de sus cuidados, terapias y citas médicas, luchando siempre por lo mejor para él.
“Estoy siempre pendiente de todo”, reconoce Consuelo, quien se ve continuando con esta labor, acompañando a Paco en su adolescencia con el mismo amor y dedicación de siempre
Gloria, fundadora de la Fundación Gmp, ha dedicado gran parte de su vida al cuidado de su hija Glori. “Mi experiencia personal me llevó a sentir la necesidad de crear un espacio donde las cuidadoras se sintieran valoradas y apoyadas. Así nace esta exposición”, confiesa.
Inspirada por su propia experiencia, ha enfocado sus esfuerzos en visibilizar y valorar la labor de quienes, como ella, dedican su vida al cuidado de otros.
Gracias a su iniciativa, esta exposición rinde homenaje a la importancia de este rol fundamental en nuestra sociedad. “Quiero que las cuidadoras sepan que no están solas y que su labor es esencial”, afirma con emoción.
Su ejemplo es una fuente de inspiración y un reflejo de entrega y compromiso.
Lorena, licenciada en periodismo, dejó su carrera para dedicarse al cuidado de su hijo Miguel, diagnosticado con TEA. “Con todas las necesidades que tenía y la atención que requería me
vi incapaz de conciliar mi vida laboral con mi vida personal”, confiesa Lorena. Desde entonces, su vida gira en torno a Miguel, proporcionándole el apoyo y la atención que necesita. “Con un
hijo TEA centras tanto tu vida en él que pierdes parte de ti”. A través de su participación en la Asociación Autismo Araya y sus estudios en Trabajo Social, Lorena busca mejorar la calidad de
vida de su hijo y de otras familias en su misma situación. “Mi meta es que pueda llegar a ser lo más autónomo posible y sobre todo que sea feliz”.
Adriana, psicóloga de profesión, cambió radicalmente su vida al dedicar todos sus esfuerzos al cuidado de su hija con autismo. “Tras esta racha tan complicada, dejé de trabajar para dedicarme por completo a mi hija”, confiesa. Con una entrega absoluta, Adriana ha construido un vínculo especial con su hija, proporcionándole el apoyo y la atención que necesita. “Mi prioridad absoluta, incluso por encima de mí es ella”, afirma con convicción. Su labor como presidenta en la Asociación Autismo Araya, Adriana busca mejorar la calidad de vida de su hija y de otras familias en su misma situación. “Me causa mucha angustia pensar en el futuro”, confiesa, pero su determinación la lleva a seguir adelante.
Lorena y Adriana, unidas por la experiencia de cuidar a hijos con TEA, han encontrado en su amistad un refugio invaluable. “En Adriana he encontrado a alguien que me entiende perfectamente y con quien puedo compartir mis miedos y alegrías”, confiesa Lorena. Ambas se apoyan mutuamente, compartiendo consejos, recursos y experiencias. Este vínculo especial les permite afrontar los desafíos del cuidado con mayor fortaleza y esperanza. Juntas, demuestran que la solidaridad entre cuidadoras es fundamental para superar las dificultades y construir un futuro mejor para sus hijos.
Marian Lafuente, una española que había construido una vida al otro lado del charco, vio cómo su mundo se transformó radicalmente cuando su hija enfermó.
La noticia fue un golpe devastador que la obligó a replantearse todos sus planes.
Tras un intenso periodo de cuidados en tierras colombianas y un posterior traslado a España, Marian se convirtió en la cuidadora principal de su hija. “Dejar atrás mi vida en Colombia fue una decisión dolorosa. “Allí dejé a mi marido y hasta un perro”, recuerda con tristeza. El amor maternal la impulsó a priorizar la salud y el bienestar de su hija.
Desde entonces, combina los cuidados físicos con el apoyo emocional, adaptándose a una nueva realidad en Toledo. “Cada día es una aventura, lleno de retos”, cuenta con una sonrisa que enfrenta “lo que venga”.
“Siempre quise ser madre”, y con la llegada de Jaime, Eva vio su sueño cumplido.
Sin embargo, Jaime nació con necesidades especiales que requerían una dedicación exclusiva.
A lo largo de sus 8 años de vida, Jaime ha necesitado apoyo diario en actividades terapéuticas y rutinas, y Eva siempre ha estado a su lado. Gracias a su dedicación, su hijo ha podido desarrollar habilidades y, al mismo tiempo, Eva ha aprendido a ser “mejor persona, porque mi hijo me ha enseñado a ser más generosa y paciente”, afirma emocionada. A pesar de los desafíos, la relación entre madre e hijo es un ejemplo de amor incondicional y fortaleza.
Cuando le preguntan cómo se ve dentro de 5 años, su respuesta es rotunda: “Feliz”.
Ana Belén, o “Ana” a secas, dedica su vida al cuidado de su hijo Erick. “Soy la cuidadora principal de Erick, mi hijo que nació prematuro con 28 semanas”, comparte Ana Belén. Además de cuidar a Erick, también atiende a su padre, que tiene Alzheimer, y a su hermana con discapacidad.
“Erick necesita apoyo diario, tanto físico como emocional”, explica. A pesar de los múltiples desafíos, Ana Belén encuentra su fuerza en el amor maternal. “En 5 años espero que mi hijo Erick no sea tan dependiente de mí y poder volver a trabajar, porque me gusta. Soy técnico auxiliar de enfermería”, comenta.
Su historia es un testimonio de la resiliencia y el compromiso de las cuidadoras, quienes a menudo sacrifican su propia vida para cuidar de sus seres queridos.
Alicia, talentosa diseñadora de moda con un futuro prometedor, vio su vida dar un giro inesperado cuando su hijo Jorge fue diagnosticado con discapacidad intelectual y esclerosis tuberosa. Dejó su carrera para convertirse en la principal cuidadora de su hijo, enfrentando los desafíos de la discapacidad y esta enfermedad rara con valentía y determinación.
“Fue una época muy convulsa”, recuerda Alicia. A pesar del dolor y la incertidumbre, ha encontrado la fuerza para seguir adelante, convirtiéndose en el pilar fundamental de su hijo y demostrando un amor incondicional.
Marian Lafuente, una española que había construido una vida al otro lado del charco, vio cómo su mundo se transformó radicalmente cuando su hija enfermó.
La noticia fue un golpe devastador que la obligó a replantearse todos sus planes.
Tras un intenso periodo de cuidados en tierras colombianas y un posterior traslado a España, Marian se convirtió en la cuidadora principal de su hija. “Dejar atrás mi vida en Colombia fue una decisión dolorosa. “Allí dejé a mi marido y hasta un perro”, recuerda con tristeza. El amor maternal la impulsó a priorizar la salud y el bienestar de su hija.
Desde entonces, combina los cuidados físicos con el apoyo emocional, adaptándose a una nueva realidad en Toledo. “Cada día es una aventura, lleno de retos”, cuenta con una sonrisa que enfrenta “lo que venga”.
Gloria, fundadora de la Fundación Gmp, ha dedicado gran parte de su vida al cuidado de su hija Glori. “Mi experiencia personal me llevó a sentir la necesidad de crear un espacio donde las cuidadoras se sintieran valoradas y apoyadas. Así nace esta exposición”, confiesa.
Inspirada por su propia experiencia, ha enfocado sus esfuerzos en visibilizar y valorar la labor de quienes, como ella, dedican su vida al cuidado de otros.
Gracias a su iniciativa, esta exposición rinde homenaje a la importancia de este rol fundamental en nuestra sociedad. “Quiero que las cuidadoras sepan que no están solas y que su labor es esencial”, afirma con emoción.
Su ejemplo es una fuente de inspiración y un reflejo de entrega y compromiso.
María, madre de Marcos, un niño de 5 años con parálisis cerebral, dejó su carrera como profesora para dedicarse por completo al cuidado de su hijo. “Nunca pensé que aprendería de la forma en que lo estoy haciendo ahora”, confiesa María, quien ha tenido que adaptarse a una nueva realidad marcada por los desafíos de la
discapacidad. “Ser madre de Marcos ha sido una lucha desde su primer día de vida”, recuerda con emoción.
A pesar de las dificultades, María ha encontrado en esta experiencia una oportunidad para crecer y aprender. “Marcos me ha enseñado que las cosas son más sencillas de lo que a veces pensamos, y que llenar cada día de pequeños momentos de alegría es la clave para la felicidad”. Con su cuenta de Instagram,
María busca visibilizar la discapacidad y mostrar que “la discapacidad puede ser cotidiana, cercana, y aunque con mucha entrega, también muy normal”.
Su dedicación y amor incondicional hacia Marcos son un ejemplo inspirador para muchas familias.
Ana Belén, o “Ana” a secas, dedica su vida al cuidado de su hijo Erick. “Soy la cuidadora principal de Erick, mi hijo que nació prematuro con 28 semanas”, comparte Ana Belén. Además de cuidar a Erick, también atiende a su padre, que tiene Alzheimer, y a su hermana con discapacidad.
“Erick necesita apoyo diario, tanto físico como emocional”, explica. A pesar de los múltiples desafíos, Ana Belén encuentra su fuerza en el amor maternal. “En 5 años espero que mi hijo Erick no sea tan dependiente de mí y poder volver a trabajar, porque me gusta. Soy técnico auxiliar de enfermería”, comenta.
Su historia es un testimonio de la resiliencia y el compromiso de las cuidadoras, quienes a menudo sacrifican su propia vida para cuidar de sus seres queridos.
Consuelo, madrileña de 67 años, ha dedicado su vida a cuidar de su hijo Paco desde su nacimiento. La prematuridad de Paco ha hecho que necesite una atención constante y especializada. Consuelo se encarga a diario de sus cuidados, terapias y citas médicas, luchando siempre por lo mejor para él.
“Estoy siempre pendiente de todo”, reconoce Consuelo, quien se ve continuando con esta labor, acompañando a Paco en su adolescencia con el mismo amor y dedicación de siempre
María José es una madre que lo dejó todo por su hija Carmen, diagnosticada con un tumor cerebral a los 20 meses. “El golpe fue devastador, especialmente al saber que el tumor afectaba su hipófisis y nervios ópticos, dejándola ciega”, confiesa.
Desde entonces, su vida gira en torno a los cuidados de Carmen, un camino lleno de retos y recompensas. “Cada día era un desafío: aprender a caminar, hablar, identificar sonidos y objetos solo por el tacto”.
A pesar de las dificultades, María José ha encontrado la fuerza para seguir adelante. “Hoy, aunque el camino ha sido duro, ver la fortaleza y la sonrisa de Carmen me ha enseñado que el amor y la dedicación son lo más importante”.
Su entrega fue tan grande que dejó su empleo para dedicarse por completo a su hija. “Decidí que mi hija sería mi prioridad”, afirma con determinación.
María José es un ejemplo de amor incondicional y resiliencia, demostrando que con esfuerzo y dedicación se pueden superar los obstáculos más difíciles.
“Siempre quise ser madre”, y con la llegada de Jaime, Eva vio su sueño cumplido.
Sin embargo, Jaime nació con necesidades especiales que requerían una dedicación exclusiva.
A lo largo de sus 8 años de vida, Jaime ha necesitado apoyo diario en actividades terapéuticas y rutinas, y Eva siempre ha estado a su lado. Gracias a su dedicación, su hijo ha podido desarrollar habilidades y, al mismo tiempo, Eva ha aprendido a ser “mejor persona, porque mi hijo me ha enseñado a ser más generosa y paciente”, afirma emocionada. A pesar de los desafíos, la relación entre madre e hijo es un ejemplo de amor incondicional y fortaleza.
Cuando le preguntan cómo se ve dentro de 5 años, su respuesta es rotunda: “Feliz”.
Lorena, licenciada en periodismo, dejó su carrera para dedicarse al cuidado de su hijo Miguel, diagnosticado con TEA. “Con todas las necesidades que tenía y la atención que requería me
vi incapaz de conciliar mi vida laboral con mi vida personal”, confiesa Lorena. Desde entonces, su vida gira en torno a Miguel, proporcionándole el apoyo y la atención que necesita. “Con un
hijo TEA centras tanto tu vida en él que pierdes parte de ti”. A través de su participación en la Asociación Autismo Araya y sus estudios en Trabajo Social, Lorena busca mejorar la calidad de
vida de su hijo y de otras familias en su misma situación. “Mi meta es que pueda llegar a ser lo más autónomo posible y sobre todo que sea feliz”.
Adriana, psicóloga de profesión, cambió radicalmente su vida al dedicar todos sus esfuerzos al cuidado de su hija con autismo. “Tras esta racha tan complicada, dejé de trabajar para dedicarme por completo a mi hija”, confiesa. Con una entrega absoluta, Adriana ha construido un vínculo especial con su hija, proporcionándole el apoyo y la atención que necesita. “Mi prioridad absoluta, incluso por encima de mí es ella”, afirma con convicción. Su labor como presidenta en la Asociación Autismo Araya, Adriana busca mejorar la calidad de vida de su hija y de otras familias en su misma situación. “Me causa mucha angustia pensar en el futuro”, confiesa, pero su determinación la lleva a seguir adelante.
Lorena y Adriana, unidas por la experiencia de cuidar a hijos con TEA, han encontrado en su amistad un refugio invaluable. “En Adriana he encontrado a alguien que me entiende perfectamente y con quien puedo compartir mis miedos y alegrías”, confiesa Lorena. Ambas se apoyan mutuamente, compartiendo consejos, recursos y experiencias. Este vínculo especial les permite afrontar los desafíos del cuidado con mayor fortaleza y esperanza. Juntas, demuestran que la solidaridad entre cuidadoras es fundamental para superar las dificultades y construir un futuro mejor para sus hijos.
Bárbara es madre de Luca, de 11 años, un niño con autismo severo y síndrome de Joubert. Desde el nacimiento de Luca, Bárbara ha sido su cuidadora principal, enfrentando un día a día lleno de retos y desafíos. Como ella misma expresa: “Mi historia es la historia de un viaje a la montaña cuando pensaba ir a la playa”. A pesar de la carga emocional y física, Bárbara encuentra la fuerza para seguir adelante, impulsada por el profundo amor que siente por su hijo: “Él es mi ángel, mi amor, mi vida… y no le voy a defraudar”.
Con cada paso, Bárbara pisa fuerte, demostrando una determinación inquebrantable ante los desafíos que la vida le presenta, aunque “las fuerzas a veces fallan”. Su amor por Luca es su motor, la fuerza que la impulsa a seguir adelante, a conquistar cada montaña que se interponga en su camino. Su historia es un testimonio conmovedor de la resiliencia y el amor incondicional de una madre que, a pesar de las dificultades, siempre busca lo mejor para su hijo.